QUÉ BONITA LA VIDA EN EL TREN

Siempre te digo que siempre estoy incómoda al principio en estos sitios, me enerva que no tengan cinturón.


Luego en el coche nunca me lo pongo, y tú lo sabes; para qué mentir, es que se me olvida...
Pero siempre me da seguridad saber que está ahí, no sé. Son cosas mías, no te rías. Sin embargo, el tren me gusta:
Me gusta cuando me toca un asiento que va a contramarcha, 

me gusta el traqueteo de las ruedas de las maletas,
me gusta la cara de la gente que se duerme con cascos,
me gusta la cara de los que se pasan el viaje leyendo el periódico,
me gusta la cara de los niños mirando por la ventana,
me gusta la cara de nervios que tienen los estudiantes,
el rostro cansado de las maletas viejas,
la sonrisa triste del que vuelve a casa,
la lágrima tímida del que se aleja del hogar,
los ancianos que sonríen con el llanto de los bebés...
me gusta cada estación, cada cielo, cada vía.
 Me gusta cerrar los ojos y poder casi verte en el asiento,
next to me, dándome la mano, compartiendo canciones.
Luego vuelvo a mirar por el cristal, y sonrío.

 

Me gusta imaginar qué pasaría si me bajo en la primera parada y juego a encontrar mi sitio por las calles, aleatorias.
Me gusta jugar a adivinar dónde va cada corazón que palpita con el vaivén de este cercanías  viejo y persistente en su andar.
Me gusta pensar en qué pensarán los ojos que me rodean de mí. De dónde voy, de dónde vengo, de quién soy... aunque es difícil porque a veces yo también lo dudo. Como todos los viajeros, supongo. Ya sabes que soy muy de imaginar, pero no te preocupes, estoy atenta a las pantallitas.

Me gusta el tren porque me hace libre. Lo siento como un paso de cebra, como un cruce de caminos. Me gusta mucho y sobre todo, viajar sola... no te enfades. Como si los raíles fueran alas gigantes, como si el mundo se aplastase en un folio y fuera un mapa. Inmenso, feroz, lleno. 
Pendiente de vida, de mis pasos, de mis fotos, de mis ojos, de mis ganas de abrazarlo.


Y siempre llego a la misma estación: a casa, con una variable en la hora de llegada:
pero siempre llego a casa. 
Y siempre llego a la misma conclusión. 

El cinturón es la estación del pueblo, donde me esperas con los brazos abiertos y el maletero del coche de par en par. El cinturón es la estación cerca de casa. El cinturón es el tren que para en nuestra calle. No me hace falta, pero me gusta que esté ahí, me gusta poder tocarlo. Yo sé que no lo necesito, pero parece que me atrevo más a explorar todas las estaciones sabiendo que la que me lleva contigo y tus brazos abiertos no se moverá de donde está. Y la llegada, como en una peli de los 50, verte esperando.



Por ahora, voy a dormir un rato, cuando llegue te llamo. Qué bonita la vida en el tren.

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